lunes, 8 de diciembre de 2008

el gen Bardot

Corría el 2008. El teléfono hacia rato que no sonaba. No había garcas dando vueltas y el folklore había dejado de lado su costado musical para indagar en el mundo esotérico. Aquel puntero raudo que surcaba por derecha se recluía despechado; la vida le robo una gambeta, parte de su melena post hipismo, y le desgarro el alma. Pero no mermo su voluntad. La Florida abría sus brazos a brisas otoñales confusas, entre vientos vacíos y notas furibundas. Y el arrebato incontenible del motor giro en si, y apunto al norte. Allí, sabía, lo esperaba un manantial de acordes, de corazones obnubilados y de mujerzuelas pecadoras, todas de puño y letra. La brisa se hizo remolino, enaltecida por los prados que se extendían gentiles para su baile, lejos del ruido citadino, cerca de los altavoces. Ciertas historias, un melón, dos elefantes y una rubia mireya, correteaban por los jardines sin cercos y seducían a un par de tontos jugando a ser niños nuevamente. Y el teléfono sonó, como lo hacia cada vez que debía. El loco se autoproclamó conquistador y se lanzo a la aventura. Como todo norte tiene su sur, no tuvo más que tocar las puertas de la tradición. Uzbeka o quechua, a esta altura lo mismo daba, solo había que salir del estado anestésico. Con la Florida más tranquila, el último guerrero subió al barco del olvido y fueron todos a cazar fantasmas al barrio de los muertos. Fantasmas de luna y de miel, de bruma y dolor, de risas y humo. Humo que formaba figuras un tanto confusas para el transeúnte común de la vereda de la sombra. Pero no para los aventureros. Para ellos era música, era el resultado de las almas que se encuentran a tiempo y se atreven a bailar entre los muertos. Se confunden entre sí al punto tal que solo pueden ser bella, como ella. El puntero escurridizo se coló por la puerta entreabierta y aporto sus vientos, sus cuerdas y su versión de la dama. Y ella abrió un poco más su escote para convidar a los pacientes. De la cabeza, loco, fracturado en si mismo, anestesiado por la hermosura de sus labios, con licencia para insubordinarse, el conquistador cayó de espaldas y con su sonrisa más pecaminosa entre dientes, suspiró: oh, lá, lá! Y ella no habló. Cuando las almas se volvieron a su morada solo se escuchó el murmullo de su estela. Los que entienden, juran que esucharon decir Bardot...

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